- La Caja -
Un día apareció en mi
casa. Era una caja negra y bastante espeluznante en la que no se
veían ni marcas, ni etiquetas con la dirección.
Ningún vecino vio
llegar al repartidor ni a nadie que dejara el paquete en la puerta.
Lo primero que pensé fue que era la broma de algún niño travieso
como había ocurrido en alguna otra ocasión. Pero había algo raro
con esa caja. Desprendía una energía extraña, oscura. Cuando la
miraba, me sentía mal, deseaba dejarlo todo, rendirme. Era horrible.
La caja era negra con
vetas grises y parecía maciza. No tenía marcas ni rendijas para
abrirla. A pesar de su aspecto era sorprendentemente ligera; casi me
caigo al calcular mal la fuerza para levantarla. Era como si
estuviera hueca. Y estaba vacía: al agitarla, nada se movía en su
interior. Cuando la levanté, me quemaron las manos. Menos mal que
llevaba guantes, pero aun así, sentí el calor.
No estoy muy seguro qué
me llevó a meterla en casa. Supongo que fue curiosidad científica:
quería analizarla con más detenimiento. Mi curiosidad y mentalidad
científica chocaba con el resto de mi ser, que me decía que debía
deshacerme de la caja, destruirla, abandonarla donde no pudiera
sentir su perniciosa energía.
Huelga decir que no la
había abierto. A mí siempre me ha emocionado recibir paquetes y al
verlo por primera vez estaba deseando desenvolverlo para conocer su
contenido. Pero al echarle un vistazo más detenido, ya en la salita,
me negué a tocarlo otra vez. Todas las células de mi cuerpo
chillaban y tiraban del brazo que había acercado a la caja. Me
sentía tan mal cerca de ella, tenía tantas ganas de acabar con
todo, que dejé que vencieran a mi parte científica. Ni siquiera la
Ciencia merecía que sufriera tanto.
Al final, la dejé en
una salita, donde apenas pasaba tiempo, salvo para recoger algún
libro o prenda. No quería estar cerca de ella pues cuanto más
tiempo estaba en su presencia, peor me sentía. Había abandonado la
idea de analizarla. Esa caja era siniestra. La odiaba.
Y olvidé la caja. Se
quedó sobre la pequeña mesa de la salita y me olvidé de su
existencia. Volví a mis tareas y deberes. Respondí e-mails,
llamadas de teléfono, algún que otro whatsapp... Y cuando llegó la
hora, me marché al trabajo.
Volví a ver la caja
cuando regresé al día siguiente. Pero antes de que eso ocurriera,
comí, lavé los platos y realicé mis muchas otras tareas
domésticas. Cuando al fin tuve tiempo para mí, fui a la salita a
buscar un libro, algo con lo que estar ocupado el resto del día. Al
llegar, ¡la caja había desaparecido!
En realidad no me di
cuenta en ese momento de que no estaba. Como decía, había
desaparecido completamente de mi mente, no quedaba ningún recuerdo
de ella. Sólo tenía la ligera sensación de que había algo
diferente en esa habitación.
Cogí el libro y me
marché a mi habitación. Al encender la luz, me llevé el mayor
susto de mi vida. ¡La caja estaba en mi cama! ¿Cómo podía haber
llegado sola hasta allí? Vivía solo y nadie entraba para nada en mi
casa.
De golpe, todos los
recuerdos del día anterior volvieron a mi y con ellos el terror a
esa caja y todos los malos recuerdos que tuve alguna vez. La angustia
llegó a mi como una ola y me dejó temblando. Estaba aterrado y
triste a la vez.
Como las otras veces,
la caja desprendía una energía oscura que me hacía querer acabar
con todo. Poner una bala en mi cerebro, acabar con este sufrimiento
que es la vida, ese valle de lágrimas al que estamos destinados.
'No hay esperanza' esas
palabras resonaban en mi cabeza, provenientes, parecía, de la caja.
Con ellas, también recibí una promesa en forma de imágenes
mentales. Si tocaba la caja, entendí del torrente de imágenes que
me llegaban, todo acabaría, volvería a estar bien, descansaría.
Me acerqué como una
exhalación a la caja y, aunque todo mi cuerpo intentaba evitarlo,
levanté el brazo para tocarla. En el momento en que mi dedo rozó su
superficie noté un intenso dolor en todo mi brazo y mi mano se quedó
pegada. El dolor se extendió hasta mi columna y grité.
Después de lo que fue
un largo minuto, caí al suelo y mi dedo se separó de la caja.
Temblaba y me dolía todo el cuerpo, como si hubiera corrido durante
horas.
Me pude levantar y vi
en el espejo algo raro en mi mano. Me acerqué la mano a la cara y la
vi completamente negra. Era muy extraño. Probé a tocarla con la
otra mano y estaba fría. Por el contrario, en la mano negra no
sentía nada en absoluto. La pellizqué, la mordí y la golpeé pero
nada lograba atravesar esa extraña coraza.
De pronto, vi como la
mancha negra se extendía hacia la muñeca. Al principio me pareció
un efecto óptico pero tomó velocidad y vi cómo se iba
ennegreciéndome el codo, el antebrazo... Me arranqué la camisa y
pude ver que llegaba a mi hombro.
En un minuto toda la
parte superior de mi cuerpo era negra, a excepción de mi cuello y mi
cabeza. En dos minutos, tapaba todo mi cuerpo salvo la cara. En
cinco, ya estoy pintado completamente.
Llevo más de 10
minutos así y no sé que va a pasar...
Mi amigo Isaac me ha
mandado esta carta y no se porqué. Ha muerto en extrañas
circunstancias y ni médicos ni forenses han podido averiguar nada.
Reconozco su letra pero la fecha de envío es del día siguiente a su
fallecimiento. ¡Es completamente imposible!
Eso no es todo. ¿Por
qué iba Isaac a enviarme una caja negra si sabía que era peligrosa?
Sí, he recibido la caja. Y he sentido todo lo que él explica en su
carta. Estoy muy asustado porque nada más ver la caja y la carta
encima la cogí con las manos desnudas. Creo que estoy muriendo.
Ángel G Ropero
El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.
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