Sobre elevados, inferiores y parricidas
Por Eleazar Herrera y Jorge Plana
Los tiempos han cambiado. La rueda de la vida sigue girando y en ella todo se trastoca, se cambia de sitio. Es por eso que al principio no eras un buen escritor si no escribías poesía o ensayo, ¡y cuida tu espalda si eras un novelista cualquiera! También eras un auténtico desviado si no seguías los mismos patrones que los grandes autores clásicos. Lo que una persona de nuestro tiempo habría descubierto allí sería un altísimo número de historias calcadas y estructuras resabidas.
Pero entonces la rueda de la vida vuelve a girar, y los poemas y los ensayos se esconden y relucen las novelas. Es el turno de la lectura por placer. Y entre subidas y bajadas, tropezones y requiebros, llegamos a la novela popular, la novela barata, la novela por entregas. Esa es la historia, más o menos. Entonces, a raíz de este formato tan habitual a finales del s. XIX, aparecen las pulp magazine, revistas de literatura de ficción, que acompañaban esas novelas por entregas con relatos o novelas cortas en la línea editorial que marcara la revista. Había géneros para todos los gustos: ciencia ficción, aventuras, policíacas…
No hubo un momento concreto en que lo pulp perdió popularidad. Fue a raíz de la aparición de la TV, del asentamiento de la novela de ficción o escapista y, principalmente, de los cómics, herederos y deudores, a la sazón, de las revistas pulp. Se trata a todas luces de un parricidio, los cómics, hijos del pulp, asesinaron a este formato, no ya porque siguieran sólo la línea de personajes y tramas creadas dentro de los pulp, sino porque muchas de las historias pulp fueron llevadas al cómic, haciendo que los lectores poco a poco decidieran pasarse a las cómodas viñetas ilustradas. Aunque siempre quedara la duda de qué pretendía el cómic en sus orígenes, ¿destituir al pulp o perpetuarlo en una nueva forma de vida?
El caso es que, posteriormente, el cine y la televisión han seguido la senda marcada por las narraciones pulp. Gran cantidad de las producciones de entretenimiento audiovisual que caen en nuestras manos a lo largo del año siguen a la perfección el estilo pulp. Y también las novelas, los grandes best-seller, e incluso novelas con tinte de histórica, siguen bebiendo de estos orígenes. Queda claro, entonces, ¿no?
A poco que uno esté algo versado en los tópicos y estilos de la literatura de las revistas pulp, podrá ver claramente como, al igual que lo hacían los clásicos con la Ilíada y la Odisea (he llegado a oír de boca de un filólogo experto en literatura que, desde entonces, no se ha vuelto a hacer nada original), prácticamente la totalidad de la literatura, cine y televisión de ocio de nuestros días bebe de estas fuentes. No podemos hablar, claro está, de documentales, ni de comedias románticas, tampoco de ensayos, pero si del resto de obras y géneros. Se puede afirmar con total seguridad que gran parte de nuestra cultura popular actual (y muy especialmente los cómics) desciende directamente de las revistas pulp, esa literatura de aparente pretensión escapista pero que a poco que bucees en ella, descubres que esconde en su interior joyas maestras donde el autor ha volcado sus preocupaciones, apreciaciones, conocimientos y, en resumen, todo aquello que convierte un montón de letras en algo digno de ser leído. Y claro está, esta, a su vez, desciende de otra que fue antes que ella.
Hablamos de autores como Howard, Asimov, Lovecraft, Bradbury, Leiber, H. G. Wells, ¡Mark Twain, incluso!, todos ellos autores reconocidos por su talento y repercusión en la historia de la literatura. Y hablamos de personajes míticos de nuestra cultura como Tarzán, El Zorro, Fu Manchu, Conan o Doc Savage, ¡todos ellos bien reconocidos por muchos de nosotros como clásicos!
Es probable que os estéis preguntando: “¿Qué coño le pasa al que escribe? ¿Por qué está tan entusiasmado?”. La guerra que me lleva a alzar la voz y mover el dedo al aire como un orador atormentado no es otra que la misma guerra que viene asolando la cultura desde que los cavernícolas pintaron las cuevas de Altamira: la supremacía de un género sobre el otro. Pasó con la pintura, allá por el 1600, creo recordar, no me hagáis mucho caso con las fechas, cuando la pintura histórica era la que más cerca estaba de lo divino, y otras, como la paisajística, era el menester de los que a poca cosa podían aspirar, una frivolidad, propia de los mundanos pintorcillos. Pasó como decíamos allá arriba con la poesía, y pasó también con la música.
En su momento, la literatura de los pulp fue considerada literatura barata, popular, de la chusma. Y puede que razón no les faltara. Pero eso cimentó, creó posó en la generación que vino después, todos criados bebiendo de la teta del pulp, y ellos, sin quererlo, lo metieron en sus obras, elevando los orígenes a un nivel superior, demostrando a los cínicos que lo que minusvaloraban podía ser tan bueno, sino mejor, que lo que ellos hacían. Pero ¿qué ha ocurrido entonces? Algo terrible y sin sentido: ¡hemos vuelto para atrás!
La producción artística que nació de las raíces pulp se encumbró a lo más alto y, entonces, volvió la vista para otro lado y sepultó sus orígenes bajo un sedimento de desprecio y cascotes. Las novelas hijas de la literatura popular de principios del s. XX dijeron “yo nunca seré como mis padres”, y se empeñaron en desprestigiar las aguas de las que ellas mismas bebían veladamente.
Es la prueba viviente la novela histórica, o el thriller, ambos géneros muy de moda, comercialmente hablando, en nuestro país. Géneros que despiertan pasiones y encumbran a sus autores, géneros elevados. “Es escritor de novela histórica, ¡ojo, qué nivel!”. Son los que se llevan los premios, las alabanzas y los lectores, aunque luego su trama sea de lo más simple, sus personajes planos y su profundidad nula. Pero eso no es lo malo, lo malo es que desprestigian a la literatura de la que nacieron. La fantasía, la ciencia ficción, las aventuras, el noir… Todos ellos han quedado relegados a un nivel inferior o al estrato de “literatura juvenil”. Es irónico que lo diga esta gente, que leyeron a Julio Verne y Emilio Salgari en su juventud y los alaban como si no se volviera a escribir igual jamás. Y no te digo yo que se vuelva hacer, es posible que no veamos algo igual, la ironía está en que parecen olvidar que Salgari y Verne eran autores de aventuras y ciencia ficción postergados en el amplio marco de la “literatura juvenil”. Es decir, no era literatura seria.
Por eso es gracioso que pretendan hacer lo mismo, que traten la literatura derivada del pulp como “juvenil”, como literatura menor, porque no es seria, porque no es real, sin darse cuenta de que sus obras, tan elevadas, hace unos cuantos años hubieran sido calificadas de lo mismo: literatura escapista.
Lo no real, ¡ah, el prejucio contra lo no real, la gente quiere cosas reales, cosas que han ocurrido u ocurren de verdad! Ya… ¿En cuántas obras de ubicaciones ficticias encontramos ocultos mensajes de lo más aplicables a nuestro mundo, pequeñas perlas de sabiduría que nos enseñan a tener otra perspectiva? ¡En decenas de ellas, en cientos! Personalmente, prefiero la lucidez y sensatez de Fahrenheit 451 a las lecciones “históricas” de El camino mozárabe, o las emociones y el suspense de espías mal llevado de El tiempo entre costuras. “¡No las puedes comparar!”. Es posible que no. Por eso me quejo.
Acabo este desvarío con una reflexión importante. No se lee en nuestro país, dicen, no leen nuestros jóvenes, muchos de los cuales consideran la lectura una afición de “peleles”. Pero sí leían mucho en la época del pulp, donde hasta el mecánico o chico de los recados más torpe se gastaba unos céntimos en esas revistas que contaban historias de marcianos, gánsteres y héroes enmascarados. Pero ahora… ¿qué tienen nuestros jóvenes? ¿Lecturas obligatorias en el colegio, como El Conde de Lucanor o Milagros de Nuestra Señora? ¿Libros de 17 euros para arriba, muchos de ellos clones de la moda de turno? ¿La idea de que la lectura es para los sapiencines? Si tuvieras que despertar en alguien el gusto por, por ejemplo, la física, ¿empezarías recitándole fórmulas de poleas y movimiento o intentarías que intuyera las fantásticas implicaciones de la relatividad del tiempo y el espacio? ¿Qué es más fácil, que un niño aprenda a leer con un libro de romanos lleno de términos en latín o con una noveleta que se parece terriblemente a los videojuegos y películas que le gustan y consume vorazmente?
En fin, I just say. Que cada uno concluya lo que quiera.
Eleazar Herrera es autora y Jorge Plana es co-editor de
El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.
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