Paciente Cero
Parte II
Tras dos años más, ya era oficial. La tardanza con la que fui
promocionado me exasperó, pues tenía bien presente esos informes
que hablaban de un ataque en tres años. Si era verdad, sólo me
quedaba un año por delante para enterarme de lo que pasaba.
Al menos, ya estaba en una posición de oficial, por lo que pude
acceder a muchísimos documentos. Más de los que me podía haber
imaginado.
Seguí investigando y empecé a encontrar al fin información clara.
Leí algunos de los informes que ya conocía, como aquél que he
citado arriba, sin censurar. Me sorprendí al ver que prácticamente
no decía nada más. Era un simple informe preliminar y remitía a
otras comunicaciones e informes posteriores.
Pero poco a poco, seguí adentrándome y, como decía, encontré
información. Al fin se hablaba de un enemigo concreto. Los últimos
países comunistas aliados con el mundo árabe. Pero decir eso era
como, en los años de la Guerra Fría, hablar de la URSS. No era más
que un enemigo mítico, poco real y que era el responsable de todos
los males del mundo. Pero no. Lo repetían tanto y tan seguros que
parecía real. Estaban tan convencidos de lo que afirmaban que no
daba la sensación de que fuera propaganda.
También seguían hablando de que estallaría un conflicto pronto,
que solo hacía falta un detonante. Algo tonto, poco importante, pero
muy simbólico. Como en los peores años de la Guerra Fría, bastaba
solo un paso en falso para que empezara una guerra como ninguna otra.
Una y otra vez aseguraban que la guerra sería diferente a cualquier
otra, pero el cómo seguía fuera de mi alcance. En algunas
ocasiones, creía entender algo sobre la temida guerra
bacteriológica. Pero cuando parecía que lo iban a decir se
limitaban a mencionar «eso». ¿Pero qué era «eso»?
Dejé de comer. Me pasaba los días en el archivo, recuperando trozos
de información y analizando de arriba a bajo ciertos textos. Primero
creí ver una clave en dos o tres informes. Luego en diez de ellos.
Al final, todos ellos tenían textos en clave y códigos cifrados.
Tras varios meses buscando y varias visitas a la enfermería, pues
mis días sin comer me estaban pasando factura, ya no sabía si había
o no una clave, si era todo producto de mi enferma mente o todos
conspiraban para que yo no supiera nada. Me desmayé varias veces,
perdí 20 kilos y se me cayó el pelo. No me quedaban amigos, a todos
los desprecié y me encerré en mi mundo de documentos secretos.
Finalmente, tras una visita especialmente larga a la enfermería,
alguien se puso en contacto conmigo. Había hecho mucho ruido, o eso
parecía, pues alguien fue a verme y me dejó una nota en la mano. Al
despertar la vi, aun recuerdo el mensaje, lo tengo grabado aunque no
decía nada. Solo: 6.05 Cocinas. Lo leí varias veces, para
demostrarme a mí mismo que era real, que no era un espejismo.
Al día siguiente me presenté en la cocina, cinco minutos antes de
la hora prevista. Di un paseo por si veía algo y saludé a los
pinches y cocineros. No había nadie sospechoso. Me senté en una
mesa y esperé. Esperé durante 30 minutos y al final nadie apareció.
Enfadado conmigo mismo por haberme dejado engañar me marché. Salí
casi empujando a un suboficial que entraba. No me disculpé y salí
corriendo para volver a mis archivos.
Llegué a mi despacho y me quité la chaqueta. Pero antes de hacer
eso, llevé la mano a mis bolsillos, guiado por una especie de
presentimiento. Allí encontré otro papel, arrugado, como el que
había en mi mano cuando desperté. Debía habérmelo metido aquél
tipo. Leí lo que ponía y casi me da un vuelco.
Salí corriendo otra vez hacia las cocinas, pero allí no había
nadie. El supuesto suboficial se había marchado ya y nadie recordaba
haber visto a nadie más que a mí entrar allí esa mañana. Les
grité que eran estúpidos por no haber visto a la persona que se
había chocado conmigo y salí de allí furioso.
En medio del cuartel me quedé parado y volví a leer la nota:
Está a punto de suceder algo. ¿Quieres enterarte? Volveremos a
contactar contigo.
Dos líneas que confirmaban lo que yo ya sabía. Se preparaba algo
gordo y solo unos pocos lo sabían. Mis investigaciones habían
provocado que la gente que estaba enterada se me presentara.
Pero ¿para qué? Me asusté. Quizás querían mantenerme quieto e
iban a matarme. O quizás me reclutaban. No sabía qué pensar y esa
noche no pude dormir. Tampoco las siguientes y volví a perder peso.
Eso sí, dejé de leer archivos y documentos, pues pensaba que pronto
tendría respuestas y que era perder el tiempo seguir leyendo los
mismos textos que ya había memorizado. Sin embargo, no hacía nada.
Me dedicaba a pensar una y otra vez en cuándo se pondrían en
contacto conmigo y qué me harían cuando supiera lo que fuera.
Tras varios meses sin ningún contacto, volví a recibir un mensaje
de la forma más casual. Estaba en mi despacho, realizando informes,
pues había vuelto a mis obligaciones, y entró un secretario con una
bandeja de comida. Me sorprendí, pues yo no había pedido nada, pero
no me quiso decir nada y solo me respondía con silencio a todas mis
preguntas. Al final le di las gracias y le dejé marchar. Cuando
cerró la puerta tras él, me levanté de mi mesa y puse el pestillo.
No sabía porqué, pero suponía que tanto secretismo tenía que ver
con el tema que me llevaba obsesionando todos estos años.
Entre la comida encontré una nota donde volvían a citarme. Esta vez
a las 00.04 en la puerta del cuartel. Me asusté aun más si cabe por
el hecho de que quisieran verme fuera a esas horas de la noche. ¿Me
iban a fusilar?
En fin, daba igual. Si moría que así fuera, pero yo tenía que
saber qué estaba pasando.
Esa noche me escabullí y llegué allí a las 00.00. Salí y allí
esperé. A los pocos minutos noté una pistola que me presionaba la
espalda. Ya está, pensé.
Cerré los ojos, esperando lo peor. Pero en vez de dispararme, la
persona de mi espalda me dijo:
–Te voy a poner una venda. El lugar al que vamos es mucho más que
secreto.
Antes de que pudiera decir una palabra me taparon los ojos y me
empujaron. Empecé a caminar y me llevaron hasta un coche donde, con
cierto cuidado, me hicieron entrar.
Tras unos minutos de viaje, la mitad de ellos para despistarme,
pensé, paramos. Me sacaron del coche con mayor brusquedad que al
principio y me empujaron hacia lo que debía ser un edificio o nave.
Solo sé que dejé de oír los ruidos típicos de la noche, como los
grillos.
Una vez dentro me retiraron la venda y, poco a poco, me acostumbré a
la poca luz que había. Pude ver a mi alrededor a varios miembros del
Ejército a los que no conocía, pero los había de todos los rangos.
Estaba en una sala pequeña y varias personas estaban alrededor de
una mesa con mapas. Yo me encontraba en la pared, al lado de una
puerta por la que, presumiblemente, habría entrado. Al otro lado de
la sala había otra puerta, con dos soldados a cada lado de ella. No
sé por qué pero me imaginé que allí había algo importante. Y
también terrible. La puerta despedía un aura extraña y se veía
incómodos a los soldados que la guardaban, como si prefirieran
pasarse la vida cortando uñas a permanecer allí más de cinco
minutos. Todos los que pasaban cerca también lo hacían incómodos.
Tras unos minutos esperando, el oficial de mayor rango se giró hacia
mi y murmuró algo a los que estaban a su alrededor. Todo el mundo
salió, salvo los de la puerta y un par de personas más. Esperó
pacientemente a que saliera todo el mundo y al final habló.
Cuando lo hizo, su voz pareció llenar toda la sala. Hablaba con la
autoridad que confiere la experiencia.
–Por fin nos conocemos. –Fui a decir algo, pero me cortó antes
de empezar–. No se preocupe, sé que tendrá muchas preguntas, pero
ya llegaremos a eso.
Durante unos minutos se presentó (omito su nombre, porque ya hace
años que murió y no serviría de nada a nadie), presentó su equipo
y me contó como, al igual que yo, empezó a investigar los rumores
hace muchos años, una década antes de que yo llegara siquiera al
Ejército. Al tener una posición mejor había creado un equipo.
Muchos de los informes que yo había leído habían salido de ahí y
otros eran refritos de lo que salía de verdad.
Me confirmó que el enemigo tenía unas armas inimaginables hasta la
fecha y que no se parecía a nada que se hubiera hecho nunca.
–El enemigo, sí –hizo una pausa–. Se preguntará quién es,
claro –hice un gesto afirmativo con la cabeza, invitándole a
continuar–. El enemigo es el que usted se imagina –asentí,
cabizbajo–. Pero no se preocupe, hemos empezado a buscar una manera
de combatirle en su mismo terreno –dijo sonriendo.
Se acercó a mí con un brazo extendido y me agarró suavemente el
brazo.
–Venga conmigo: le voy a mostrar la joya de la corona. El arma que
nos pone al mismo nivel que los enemigos.
Me guió hacia la otra puerta. Según nos acercábamos mayor era mi
rechazo hacia lo que había detrás. Las muecas de los guardianes no
ayudaban. Pero no podía hacer nada así que abrió la puerta donde
vi lo más horrible que había visto nunca.
(Continuará en la tercera, y última, parte)
Ángel G Ropero
--El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.
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