Al final de la escalera
-I-
Tuve que dejar mi casa porque estaba
asediada por los zombis. Gracias a que había poca gente por mi zona,
la densidad de la infección fue menor.
No obstante, mi edificio no era seguro
debido a un brote que surgió rápidamente. La razón de esto fue un
perro, contagiado pero no convertido, que se coló en la casa y en el
corazón de una adorable ancianita.
La pobre mujer llevó a unas amigas a
su salón de té, para jugar a las cartas y hablar y, como estaba
destinado a ocurrir, el desastre llegó.
El perro mordió a una de las pobres
señoras y rápidamente todas ellas estuvieron convertidas y
caminando por el edificio, causando estragos a su paso. ¿Quien iba a
desconfiar de unas ancianitas? Todo el mundo corría a ayudarlas
porque pensaban que estaban enfermas. Y enfermas estaban.... En menos
de dos días, todo el edificio estaba infectado.
Yo tuve la suerte de no verme
involucrada en estos eventos ya que lo vi venir con mucho tiempo.
Cerré bien mi puerta y destrocé las escaleras de madera para evitar
que subieran a mi ático.
Me aislé físicamente, pero no pude
aislar mis sentidos. Tuve que oír cómo los caminantes arrasaban con
todo y mataban, planta por planta, a todos los vecinos. Oía los
gritos de dolor y desesperación de las madres siendo atacadas por
sus hijos, de los jóvenes atacados por sus novias y los maridos que
veían venir a sus esposas con los ojos inyectados en sangre y las
bocas palpitantes, deseosas de su carne...
No resultaba agradable como podréis
imaginar y estuve a punto de volverme loca. No podía poner musica
porque ellos me oirían. Taparme la cabeza con la la almohada, no
surtía ningún efecto. Tampoco, distraerme leyendo... Era imposible
dejar de oírlo.
Temí lo peor: desesperar, volverme
loca y entregarme a los zombis para evitar más sufrimiento. Pero mi
instinto de conservación fue más fuerte que su guerra psicológica,
el arma más mortífera de estos depredadores, y pude aguantar.
Al final del segundo día por fin vi un
modo de escapar. Fue como un rayo de esperanza, la luz al final del
túnel que tan lejos parecía unas horas antes.
Todo empezó con un pequeño ruido. La
ventana abierta dejaba oír todo lo que pasaba fuera, que no era
mucho. Algún caminante golpeando un cubo, otro pisando un cristal...
En ese momento, lo que oí, me dejó perpleja. Una proverbial alarma
de un coche empezó a sonar en medio del amanecer.
Huelga decir que lo oyeron todos los no
muertos de kilómetros a la redonda, incluyendo los que asediaban mi
puerta, pues no había pasado desapercibida, por mucho que me esforcé
en ello. Un pequeño descuido y los tenía a todos intentando subir
una escalera que no existía...
Sabía de buena tinta que era imposible
que llegaran, pero sus gemidos y gritos no ayudaban precisamente a
calmar los ánimos. Otra vez, esa sucia guerra psicológica amenazaba
con tirar abajo las murallas de mi mente.
Y en el peor momento, como un sonido
angelical, llegó a mis oídos -y a los de todos los caminantes- la
alarma de un coche, a unas cuantas manzanas de donde me encontraba.
En unos segundos, todos los no muertos del barrio salieron corriendo
en esa dirección.
Me atreví a asomarme de debajo de mi
manta y me acerqué a la ventana abierta. Una marea de monstruos se
alejaba en la dirección del sonido. Por un segundo, temí por las
vidas de los responsables de que la alarma sonara. Después, pensé,
deseé, que hubiera sido culpa de un zombi y que no había nadie en
peligro.
Entonces, caí en la cuenta de que no
tenía mucho tiempo. Era hora de moverse.
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El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.
Como decía, mucha gente no sabe buscar una frase directa que enganche al lector. Aquí rápidamente queda el lector colocado y la brevedad del texto consigue que te quedes con ganas de más, preguntándote de dónde vendrá el sonido o si el personaje huirá. Al ataque con esa historia!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias amigo. =)
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