-III-
Bajé los dos siguientes tramos de
escalera casi corriendo, pero siempre mirando a mi espalda, por si se
movía el cuerpo.
Afortunadamente no vi nada salvo, como
en el anterior rellano, mucha sangre y restos de vísceras removidas.
Como arriba, había que moverse despacio para no acabar en el suelo.
Finalmente, llegué al portal donde me
esperaba una sorpresa. Esperanzada, vi entrar un chorro de luz por la
ventana rota de la puerta. Por primera vez en dos días sonreí. Era
libre. Podía ir a donde quisiera.
Mi error fue relajarme, pues bajé la
guardia y ese pudo ser mi último error.
Caminé hacia la puerta sin ni siquiera
fijarme en lo que había a mi alrededor en el portal. Cuando alargué
mi mano para tirar del pomo y salir a la luz del día, un crujido a
mis espaldas me hizo temblar desde la punta de los pies hasta el
último pelo de mi cabeza. Ese crujido iba acompañado de un gemido
que crecía en intensidad.
Me di la vuelta lentamente y pude ver
un caminante que me resultaba conocido. Le faltaba medio cuerpo donde
había quedado atrapado con la puerta. Tenía media cara desprovista
de carne y solo le quedaba un brazo. El otro, había quedado colgando
de la barandilla. Cojeaba para andar y alargaba su único brazo hacia
mí.
Ahogué un grito de terror que habría
alertado al resto de no muertos de la zona y, como pude, levanté el
bate de béisbol.
Sin mirar, bateé y note varias cosas a
la vez. En primer lugar, una resistencia casi mínima al movimiento
del bate. Me pareció al principio que había fallado, pero un sonido
que era una mezcla de crujido de huesos y de una masa gelatinosa al
escurrirse, me cercioraron de lo contrario.
En segundo lugar, noté un tirón de mi
jersey que se desgarró bajo la presión a la que era sometido.
En último lugar, oí como un cuerpo
caía al suelo entre más crujido de huesos.
Me atreví a abrir los ojos y lo que
vi me dejó asombrada. El caminante estaba tirado en el suelo, sin
cabeza, y en una postura que habría resultado cómica de no ser tan
horrible la situación.
No me explicaba que había pasado. Mi
fuerza era mínima y estaba demasiado asustada para poder
concentrarme en dar un buen golpe. Solo con el tiempo comprendí que
el estado del no muerto era tan lamentable, que una pequeña presión
fue suficiente para acabar con él.
En ese momento, no podía pensar. Solo
pude retroceder y correr.
Y desde entonces no he parado de
correr.
--
El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.
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