Las cadenas del lobo
Un dolor tremendo recorrió todo mi cuerpo. La sangre caía en
cascada por mi cuello. Esa criatura peluda huyó y yo caí
desmayado. Mi último pensamiento fue 'no quiero morir'.
Me
desperté a la mañana siguiente entumecido y sin poder recordar nada
de lo que había pasado la noche anterior. Entré en el baño para
lavarme. Levanté la mirada del lavabo y vi algo en el espejo. Un
destello. Una ilusión que se esfumó en medio segundo. Lo achaqué
al sueño pero el resto del día ya no estuve tranquilo.
Mi día
comenzó como cualquier otra aburrida jornada de oficina. Además,
sentía en los huesos que no iba a ser el mejor día de trabajo. Esa
sensación fue acrecentando según veía ir y venir a mi superior del
despacho del jefe.
No era el
único que lo sentía. La atmósfera de tensión era palpable en toda
la oficina. La expresión 'se avecina un marrón' era la más
repetida y todos temían ser los elegidos. Yo ya sabía que era mi
día. Si no hubiera tenido suficiente con una estresante semana con
el tema de mi familia, la carta del banco... Y encima ese dolor
continuo en todo el cuerpo...
Y la
tormenta llegó. Y claro, el trabajo extra me tocó a mí. Me tocaría
quedarme toda la noche en la oficina. 'Pero no te preocupes, tú
ascenso está asegurado. Solo un esfuerzo más'. Esas palabras
entraban y salían de mi cabeza como un murmullo ininteligible,
mientras se me iba la cabeza.
En mi
mente, aparecieron terribles imágenes que resultaban de lo más
apetecibles. Un lobo dando dentelladas, lanzándose sobre su cara,
destrozando su sonrisa hipócrita. El lobo aplastándole contra el
suelo, mordiendo su carne y relamiéndome satisfecho, con el estómago
lleno de carne fresca.
Me
desperté aturdido y vi que estaba en un sofá. ¿Qué ha pasado?
Solo recordaba haber hablado con mi superior. En el espejo de la sala
de descanso apareció y desapareció algo en medio segundo. Entró la
secretaria con cara preocupada, y me ofreció un café. Justo lo que
necesito grité, sin saber muy bien porqué y la pobre muchacha salió
enojada y lanzando maldiciones.
A
continuación entró mi superior, lleno de vendajes, seguido de mi
jefe y de un par de personas que no conocía. Olían, literalmente, a
abogados y eso no me hizo ninguna gracia. Gruñí en mi interior. Me
levanté del sofá de un salto, más rápido de lo que esperaba, y
los cuatro hombres retrocedieron. Me llevé la mano a la cabeza y me
sentí desfallecer. La rabia se acumulaba en mi cuerpo.
Los
hombres empezaron a decir cosas que no entendía. Agresión, denuncia
se repetían mucho y conseguían penetrar en mi mente, pero no las
relacionaba con nada real, nada conocido. Luego otras palabras que me
sonaron peor: cárcel, celda... Mi mente las relacionaba con cadenas,
esclavitud... En mi cabeza, volví a ver a ese lobo, rabioso,
queriendo despedazar, destruir...
Pude
sacar esas imágenes y enfocar a las personas que tenía delante. Se
reían, y alzaban sus cadenas y sus lanzas, moviéndolas en frente de
mí, queriendo cazarme. Me negaba a dejarles, mordería y mataría
por escapar.
Mientras
una pequeña parte de mí le decía al que controlaba mi mente que no
estaba bien, que las lanzas solo eran bolígrafos y que las cadenas
no eran más que gomas. Pero mi lobo interior, enorme, oscuro y de
ojos rojos, se puso a perseguir a ese pequeño impulso racional hasta
que lo hizo esconderse, en lo más recóndito de mi subconsciente. La
bestia sabía donde estaba, pero no le persiguió. A saber porqué.
Le resultaría divertido, como un perro detrás de un palo.
Volví a
la sala de descanso y lo primero que vi me causó primero una gran
excitación y luego una gran sorpresa. Las paredes estaban llenas de
sangre. No vi a ninguno de los cuatro hombres. Me mire las manos y
las uñas, muy largas, tenían también sangre.
En el
espejo me vi a mi mismo. El pelo largo cubriendo todo mi cuerpo y la
ropa desgarrada. Mucha sangre chorreaba de mi quijada.
Y vi algo
más. En el espejo se reflejaba a través de la ventana, un disco
blanco. Sentí ganas de gritar, de lanzar mi ira al cielo y ese
disco.
La
habitación se oscureció. De repente todo giraba. Y caí al suelo.
Me levanté como pude, envuelto en sudor, con los pantalones y la
ropa desgarrada... Me miré al espejo y el lobo me guiñó un ojo.
Esta vez sí que lo había visto. Se reía de mí y de esa pequeña
parte racional que me quedaba. La había dejado salir para volver a
jugar al ratón y al gato.
Volví a
fijarme en la ventana y vi que la Luna se había ocultada. Como mi
raciocinio, parapetada tras una oscura nube. Pronto, la nube se
marcharía y volvería a transformarme. Pues no era otra cosa lo que
me había pasado sino que me había convertido en... No podía decir
las palabras. Me negaba, pues si lo decía sería como si fuera real.
El lobo volvió a guiñarme un ojo desde el espejo y recordé lo que
pasó anoche.
Ángel G Ropero
El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.
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